Hace ya mucho tiempo que vengo acusando una falta de educación que parece ya bastante instaurada en nuestro día a día. Ya no se saluda a los vecinos en el rellano, no se da los «Buenos días» cuando llegas a la cafetería a tomar el café, carecemos de preguntar un simple «qué tal» cuando vamos a comprar el pan y por supuesto el uso de usted está prácticamente en desuso por las generaciones más jóvenes. Recuerdo que cuando era una niña me llamaba la atención que algunos de mis tíos más mayores se dirigieran a su madre, mi abuela, con el uso de usted.
Un día se lo pregunté a mi tía Pilar, quien me contestó, «Le hablo de usted por respeto». Y, sí, es cierto que en ese momento mi mente infantil no pudo discernir por qué había más respeto en el uso de usted que en el de tú pero a medida que pasa el tiempo y escucho el usted de manera muy residual -marginal casi- soy consciente de que se han perdido, al igual que el resto de buenas formas, lo que se conocía como «los buenos modales».
Estimo que todo esto viene muy marcado por la educación en las familias puesto que muchas de mis excolegas y amigas que son ahora profesoras de secundaria me comentan que a veces es mucho peor el hecho de enfrentarse a tratar con los padres que a los adolescentes y que por ejemplo durante los meses de pandemia los padres inquietos eran capaces de escribir mensajes de WhatsApp a los profesores a horas intempestivas como a altas horas de la noche o en fines de semana. Suponemos, pues, que si los padres no respetan la figura del profesor malamente lo harán sus hijos, ya que realmente no han asumido que el educador es una persona que se encarga de formarle no solo en el temario prescrito sino también en educarles en valores.
Con esto no pretendo echar la culpa a los padres que bastante tienen con lidiar con su día a día pero sí en lanzar una reflexión de hasta qué punto tendremos que implicarnos tanto los padres como los educadores como la sociedad en general en educar en los buenos modales desde edades tempranas en los pequeños gestos que marcan la diferencia entre ser una persona cordial y respetuosa a rozar la mala educación y obstaculizar una buena convivencia con los demás en todos los contextos cotidianos.
Los buenos modales también escasean en otros ámbitos, incluso después de quedar finalistas en procesos de selección y ni siquiera recibimos la llamada para ser rechazado, y ya ni decir tiene en las relaciones de ligoteo/amistad con las nuevas prácticas de ghosting y distintas desapariciones en las que queda latente la mala educación afectiva.
Es preocupante la deriva a la que estamos llegando en el comportamiento humano, somos capaces de seguir y «dar likes» a gente que no conocemos; sin embargo, ni siquiera saludamos a nuestro vecino cuando nos lo cruzamos en el ascensor.
Y, sí, por eso es tan necesario volver al dandismo, a esos modales exquisitos que nos reconocen más en los valores esenciales de la convivencia.