Lo único que me diferencia de un loco es que yo no estoy loco”. Salvador DALÍ.
“Desde la Revolución francesa ha ido afianzándose la viciosa y cretinizante idea, cada vez más extendida, de que los genios son seres más o menos parecidos en todo al resto de los mortales. Nada más falso… Este libro demostrará que la vida cotidiana de un genio, su sueño, su digestión, su éxtasis, sus uñas, sus resfriados, su sangre, su vida y su muerte son esencialmente diferentes de los del resto de la humanidad. Este libro único es, así pues, el primer diario escrito por un genio. Más aún, añadiría, por el único genio que ha conocido la suerte única de haberse casado con la genial Gala, la única mujer mitológica de nuestro tiempo”.
Así empieza Diario de un genio, la autobiografía más desvergonzada, escatológica y descacharrante que yo conozco. El autor, no hace falta ni decirlo, es Salvador Dalí, quizás el artista más exhibicionista que haya habido nunca. Casi huelga decir que alguien capaz de arrancar su autobiografía con semejante declaración no podía tener una vida aburrida y normal, y no lo fue. Nacido en una familia acomodada de Cadaqués, en pleno Ampurias, como su paisano y amigo Josep Pla, Dalí fue un niño consentido al que desde muy pequeño se le permitieron todos los caprichos… igual porque era el segundo hijo de un matrimonio cuyo primogénito acababa de morir, quién sabe. El caso es que pronto destacó por su habilidad con el dibujo y, tras ganar algunos premios locales, partió a Madrid con una beca para estudiar en la Real Academia de Bellas Artes San Fernando.
En Madrid se instala en la Residencia de Estudiantes, una extensión de la Institución Libre de Enseñanza que se quiso -y logró ser- el equivalente hispano de una residencia estudiantil oxfordense. En “la Resi” coincidió con la que posiblemente sea la generación cultural más brillante de toda la historia de España, y a su cabeza, Lorca y Buñuel, con quienes entabló una fructífera amistad. Juntar la obsesión anal daliniana con las tendencias de Lorca solo podía dar un resultado. Dixit el propio Dalí: “Federico probó a darme por el culo dos veces, pero me hacía un daño terrible y lo paré enseguida”. A Buñuel todo aquello le parecía “asqueroso”, y así se lo hizo saber a su amigo. Y ambos se burlaron del pobre Federico titulando Un perro andaluz al primer corto surrealista que hicieron al alimón. La cuchilla que rebana el ojo ha quedado para la historia como uno de los planos más provocativos e hirientes de la historia del cine, y si uno echa un ojo al resto verá que no faltan las referencias a Lorca. “Buñuel ha hecho una mierdecita así de pequeña que se llama Un perro andaluz, y el perro andaluz soy yo” observó Federico. La relación debió de enfriarse bastante. Y cuando supo de la muerte de su amigo en Granada -años más tarde-, a Dalí, con su habitual ingenio histriónico, no se le ocurrió otra cosa que quitarse la chaqueta, hacer una verónica con ella y exclamar: “¡Oléé!”.
Pero el gran amor de su vida no fue Federico sino Gala, “la mujer mitológica”, como la llama en su diario. Los dos se conocieron en el París de los años veinte. Para entonces Dalí y Buñuel habían ingresado en la banda de los surrealistas de Bretón y Dalí se obcecaba en ser el más surrealista de todos, “el surrealista integral”. Por esas fechas conoció a Gala: una rusa afrancesada y libidinosa que junto con Éluard llevaba una vida de lo más liberada. Además de sus líos por separado, experimentaban juntos al máximo. Éluard lo consigna en sus cartas: “Has de comprender y hacerle comprender (a Fulano) que me gustaría que alguna vez te poseyésemos juntos…”; “Gala mía: aquí hago el amor muy a menudo, demasiado. Pero lo daría todo para pasar una noche contigo”. La tierra, para Éluard, empezaba a ser azul como una naranja.
Cuando se conocieron Dalí y Gala, el flechazo fue inmediato. A Dalí le entusiasmó la mujer, y a ella el talento de Dalí. Hasta ese momento Dalí era un gran onanista virgen que se creía impotente. Pero la experimentada Gala supo lidiar con sus complejos y rellenar su vida sexual con nuevos complementos, al tiempo que Dalí llevaba sus excesos surrealistas al límite y pintaba las nalgas de Lenin o se declaraba fan de las caderas fofas de Hitler y partidario de la estética hitleriana. Sus excesos provocativos lo llevaron a ser expulsado de un grupo que, liderado por Bretón, se proclamaba marxista y revolucionario. Dalí fue convocado a un juicio sumario en el que, vestido con cuatro abrigos, se defendió con uñas y dientes y logró hacer reír a sus jueces. Pero no fue readmitido.
La provocación rara vez sale gratis. Al llegarle noticia de que había escrito “Escupo sobre mi madre” en uno de sus cuadros, el padre de Dalí montó en furia. Cuando regresó su hijo de París, ambos tuvieron una discusión violenta y Salvador partió de la casa paterna sin llevarse nada, ni siquiera los cuadros en que había estado trabajando y que más tarde fueron vendidos por la familia. Papá Dalí escribió a Lorca: “No sé si estará enterado de que tuve que echar de casa a mi hijo. Es un desgraciado, un ignorante, y un pedante sin igual, además de un perfecto sinvergüenza. Cree saberlo todo y ni siquiera sabe leer y escribir”. Aquel había de ser uno de los momentos más lamentables de la vida de Salvador. Padre e hijo tardaron cinco años en volver a hablarse.
En París desde luego esperaba Gala, con quien Dalí se casó enseguida para disgusto de Éluard. El poeta añoraba cada vez más a su exmujer: “Te deseo tanto que me vuelvo loco, muero con la sola idea de volver a encontrarnos, de vernos, de cubrirte de besos. Quiero que tu mano, tu boca y tu sexo no se aparten de mi sexo”. Pero Gala ya había percibido que la pintura podía ser un arte más provechoso que la poesía, y Dalí tenía un grupo de clientes y galeristas cada vez más interesados en su obra. Los dos necesitaban nuevos horizontes vitales. Ávida Dollars ya había manifestado su interés en ser la persona más famosa y rica de su tiempo, y juntos viajaron a Nueva York, que era el centro económico del mundo.
Y la aventura norteamericana funcionó. Pese a no hablar apenas inglés ni uno ni otro, Dalí cayó en gracia y se convirtió en el embajador del surrealismo en EEUU. Sus cuadros y su personalidad fascinaron a los neoyorquinos. La revista Times, la de más tirada del mundo, se apasionó por él. Pronto, Dalí se convierte en el pintor europeo más famoso de su tiempo, el más extravagante, el más publicitado. Los cuadros se venden a precios exorbitantes. Los mecenas se multiplican. Y con la fama llegan nuevas aventuras creativas: con Harpo Marx intenta, sin éxito, rodar una película. Trabaja para Hitchcock. Conoce a Walt Disney. Y pinta y publica y se publicita y se convierte en un fenómeno mediático. Sus relojes derretidos, su bigotillo astado y su mirada de ojos desorbitados son los nuevos iconos de la modernidad.
A partir de la experiencia americana, el éxito se dispara. Obsesionado con ser tan famoso como Picasso, Dalí se compara con él en todo salvo en un aspecto: “Picasso es español: yo también. Picasso es un genio; yo también. Picasso es conocido en todos los países del mundo; yo también. Picasso es comunista; yo tampoco”. Y es que tras la guerra civil Dalí se va a deshacer, con la misma naturalidad con la que una serpiente muda de piel, de su pasado revoltoso y adopta el partido de los vencedores. Dalí se declara católico y franquista, y en el arte reniega del surrealismo y se presenta como el único creador moderno capaz de salvar a la pintura de la abstracción.
Dalí es ya un personaje de fama mundial y para mantener su tren de vida no tiene escrúpulos en firmar miles y miles de folios en blanco para que se vendan reproducciones de sus obras en multitud de galerías. Pero eso importa poco a Dalí, que por otra parte sigue trabajando incansablemente mientras Gala disfruta -ella también incansablemente- de sus amantes. El Gran Masturbador lo más que hace es dirigir como maestro de ceremonias alguna de las orgías celebradas en su casa. Sus ojos siguen igual de desorbitados y, pese a que se repite como pintor, su mano mantiene el pulso firme y trabaja para afianzar su distancia sobre el resto de los mortales. Es un esnob convencido: “El esnobismo consiste en situarse siempre en los lugares a los que los demás no tienen acceso”. Y él, claramente, lo ha conseguido.

Por desgracia, la edad puede incluso con las mujeres mitológicas. En Portlligat, Gala muere con ochenta y ocho años y Dalí queda desconsolado. Ambos están afincados definitivamente en España y Gala, que es mujer sin familia, lega su colección de cuadros al Estado español. Y lo mismo hará Ávida Dollars cuando, unos años después, muera también. Eso sí, decidirá que no quiere que se le entierre con su mujer en Pubol -el lugar al que Gala llevaba a sus amantes- sino bajo el museo que lleva su nombre en Figueras.
Es difícil tener una idea de cómo fue en realidad Dalí. En la biografía de Ian Gibson se le describe como alguien extremadamente vergonzoso, que toda su vida tuvo fobia a sonrojarse, con un tremendo complejo por el tamaño de su pene y una sexualidad onanista y voyeurística, que escondió su timidez bajo la máscara del exhibicionismo. Apenas tuvo amigos. Intentó, en última instancia, recuperar el contacto con Buñuel proponiéndole hacer una nueva película juntos cuando Buñuel hacía cinco años que se había retirado: Buñuel ni contestó. Su trayectoria recuerda mucho a la del magnate de Ciudadano Keyne, que después de haber amasado una fortuna se encuentra en su lecho de muerte con que lo único que añora es un viejo trineo en el que de niño fue feliz. Supongo que el trineo de Dalí fueron las calles de Figueras: no parece haberle tenido demasiado apego a mucho más. Por eso es lógico que siga enterrado allí.
José Ángel Mañas
Dandis y estrellas