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Au revoir les enfants
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Martín Parra

Redactor Jefe en Byron Magazine.
Shasèl Brand Ambassador.

Au revoir les enfants
Entrevistas , Música

La tormenta es el único género cronístico que quiero practicar. En cualquier disciplina. Y como no entiendo otro lenguaje de creación que no sea de acumulación de presente y vulneración, cada vez que me siento a escribir espero que la excusa, el motivo, sea siempre el colmo. El colmo, sí, porque frente al energumenismo de la vida inane y común, la inquietud, que dice siempre más y dice mejor, tiene aspecto de única elección posible. Por qué recodo, quiebro u orificio se me insinúe es lo de menos, que es lo mismo que decir que no hay un código mejor que otro –musical, literario, visual− para negar la nimiedad fanática con que todo lo impregnamos hoy.

Así es como he llegado, salvándome de exotismos pueriles y subido en esa inquietud reactiva, al último disco de Uke, Au revoir les enfants, que, sin llevarnos de la mano a salón mundano alguno –hay en él más de fértil melancolía que de ánimo gregario o de salonnier−, resuelve a fuerza de diálogo personalísimo, narrativo y con ocasión de palidez no pocos entuertos de un día a día cada vez más precipitado. Uke tiene el acierto, ya sea en la voz de Roberto o de Laura –y verbalizo la alusión a “ellos” de este modo, por sus nombres de pila; me apetece−, de ver cada canción como una conversación íntima en la que lo dramático, lo esperanzador y lo lírico se ponen de acuerdo, y de hacer de una suerte de elegancia desganada y sucesiva –ocurre todo el rato y no se agota− su particular autoroute –así se llama una de las canciones del álbum−.

Y el acierto de construir una experiencia lenta, pausada, hasta la bifurcación final. Este acierto también. Sin por ello venderse a esas vagas/fingidas tonadas que tanto se oyen por ahí y que nada dan, quiero decir. Ni siquiera una imagen. Aquí tenemos no sólo una imagen, sino la persecución despeñada y en acto de un dúo, de un grupo musical, de dos personas, que sin más organización que un tratamiento festivo y heterodoxo de la vida van practicando una originalidad estratégica –la ambivalencia interpretativa es siempre gratis y yo quiero ver en la panorámica y posición de las canciones en el disco, diez en total, un mensaje, una guía−.

¿Es esto una cosa menor que decir?

La clave de este disco está en su capacidad para, sí, dar vida –una vida lentificada e invernal− a un criatura que respira por cada detalle instrumental que se le ha practicado –muy rico en este sentido−, sin por ello embotar los sentidos del que escucha.

El clisé de las comparaciones, aquí, quedará expresamente omitido, y la hora de situar −por parte del que escribe− a Uke en una secuencia de estilos y grupos musicales concretos es una hora que queda sin consumirse. Entre otros motivos porque, lo he vivido, el reseñado, no sin razón, nunca termina de sentirse cómodo con los tótems que un tercero le cuelga del hombro.

Situémoslos y situémonos, mejor, en uno de esos espacios culturales que nunca terminan de llenarse.

En Byron Magazine tenemos un espacio de reflexión, de encuentro con los que consideramos los nuevos dandis del siglo XXI, que recogen su legado de aquellos románticos ingleses que empezaron a ser conscientes de que la moda era una expresión más de sí mismos.

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